
Al terminar la Gran Guerra de 1914 a 1918, el materialismo no solamente se muestra obediente a la Termodinámica, sino sobre todo a la teoría de la evolución, es decir, a la teoría de la transformación de las especies. A partir de esta doctrina algunos desembocan en una concepción escatológica de la Humanidad, que herirá también seriamente a cualquier idea de felicidad humana que pretenda rebasar el horizonte de la psicología o el de la fisiología humana. La teoría de la evolución había llevado a muchos estudiosos a la conclusión de que la vía evolutiva que condujo hacia el homo sapiens era una vía muerta, sin la menor garantía para el futuro. Max Scheler, en su opúsculo sobre La Idea del Hombre en la Historia, definió cinco Ideas de Hombre, que corresponden a otras tantas visiones del Hombre y de su Historia. Y lo que él denominó «cuarta Idea de hombre» se corresponde, más o menos, con la Idea de hombre implicada en el materialismo monista descendente, que incubó una «nueva Antropología». A lo largo del siglo XX, la Idea de que la felicidad humana estaba agarrotada por el Espíritu y por la Cultura, experimentó un vigoroso resurgimiento; de aquí la enseñanza de que la recuperación de la felicidad humana tendría que venir a través del cuerpo, en la «lucha de la vida contra el espíritu». Theodor Lessing, en El ocaso de la Tierra y el Espiritu, llega a decir que «el hombre es un simio fiero que poco a poco ha enfermado de megalomanía por causa de su «así llamado» espíritu». […] Es obvio que la concepción regresiva de la evolución humana incide muy directamente en cualquier doctrina sobre la felicidad. Ante todo, a través de la desconexión de principio entre la «felicidad individual» y Ia «felicidad de la especie». El hombre individual podrá estar «muy sano y feliz» dentro de su organización individual, pero la enfermedad afecta a su organización específica, al hombre mismo como especie. La felicidad individual o grupal será sólo un disfraz, un aparato ortopédico —la Cultura— que los hombres se procuran para ocultar su fracaso como especie, para ocultar su destino. El deseo de felicidad, aun en el supuesto de que fuera universal, habría de ser considerado, en todo caso, como un deseo falaz y superficial, indigno del hombre que quiere ser consciente del puesto que ocupa en el Mundo.
(Bueno, G., 2005, El mito de la felicidad. Madrid: Ediciones B, pp. 267-8)
ISSN 2605-3489