En Junio… Schopenhauer, antecedente de la manosfera

El amor tiene, pues, por fundamento un instinto dirigido a la reproducción de la especie. Esta verdad nos parecerá clara hasta la evidencia si examinamos la cuestión en detalle, como vamos a hacerlo.

Ante todo, preciso es considerar que el hombre propende por naturaleza a la inconstancia en el
amor, y la mujer a la fidelidad. El amor del hombre disminuye de una manera perceptible a partir del instante en que ha obtenido satisfacción. Parece que cualquiera otra mujer tiene más atractivo que la que posee; aspira al cambio.

Por el contrario, el amor de la mujer crece a partir de ese instante. Esto es una consecuencia del
objetivo de la Naturaleza, que se encamina al sostén, y por tanto al crecimiento más considerable posible de la especie.

En efecto, el hombre con facilidad puede engendrar más de cien hijos en un año, si tiene otras
tantas mujeres a su disposición; la mujer, por el contrario, aunque tuviese otros tantos varones a su disposición, no podría dar a luz más que un hijo al año, salvo los gemelos. Por eso anda el hombre siempre en busca de otras mujeres, al paso que la mujer permanece fiel a un solo hombre, porque la Naturaleza la impele, por instinto y sin reflexión, a conservar junto a ella a quien debe alimentar y proteger a la futura familia menuda.

De aquí resulta que la fidelidad en el matrimonio es artificial para el hombre y natural en la mujer, y por consiguiente (a causa de sus consecuencias y por ser contrario a la Naturaleza), el adulterio de la mujer es mucho menos perdonable que el del hombre (Schopenhauer, A., 1993, El amor, las mujeres y la muerte. Barcelona: Editorial Edaf, pp. 57-8).

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ISSN 2605-3489

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