En Junio… El verdadero objetivo de las uniones conyugales

Cuando el instinto de los sexos se manifiesta en la conciencia individual de una manera vaga y genérica, sin determinación precisa, lo que aparece, fuera de todo fenómeno, es la voluntad absoluta, de vivir. Cuando se especializa en un individuo determinado el instinto del amor, esto no es en el fondo más que una misma voluntad que aspira a vivir en un ser nuevo y distinto, exactamente determinado. Y en este caso, el instinto del amor subjetivo ilusiona por completo a la conciencia y sabe muy bien ponerse el antifaz de una admiración objetiva. La Naturaleza necesita esa estratagema para lograr sus fines. Por desinteresada e ideal que pueda parecer la admiración por una persona amada, el objetivo final es, en realidad, la creación de un ser nuevo, determinado en su naturaleza; y lo que lo prueba así, es que el amor no se contenta con un sentimiento recíproco, sino que exige la posesión misma, lo esencial, es decir, el goce físico. La certidumbre de ser amado no puede consolar de la privación de aquella a quien se ama, y en semejante caso, más de un amante se ha saltado la tapa de los sesos. Por el contrario, sucede
que no pudiendo ser pagadas con la moneda del amor recíproco, gentes muy enamoradas se contentan con la posesión, es decir, con el goce físico. En este caso se hallan todos los matrimonios contraídos por fuerza, los amores venales o los obtenidos con violencia. El que cierto hijo sea engendrado: ese es el fin único y verdadero de toda novela de amor, aunque
los enamorados no lo sospechen. La intriga que conduce al desenlace es cosa accesoria (Schopenhauer, A., 1993, El amor, las mujeres y la muerte. Barcelona: Editorial Edaf, pp. 47-8).

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ISSN 2605-3489

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