
La escuela liberal tiene por oficio proclamar las existencias que
anula, y anular las existencias que proclama. Ninguno de sus principios
deja de ir acompañado del contraprincipio que le destruye. Así, por
ejemplo, proclama la monarquía, y luego la responsabilidad ministerial, y,
por consiguiente, la omnipotencia del ministro responsable, contradictoria
con la monarquía. (…) Proclama la soberana intervención en los asuntos del
Estado de las asambleas políticas, y luego el derecho de los colegios
electorales para fallar en última instancia, el cual es contradictorio de la
intervención soberana de las asambleas políticas. (…) Proclama el derecho
de insurrección de las muchedumbres, lo cual es proclamar su soberana
omnipotencia, y luego da la ley del censo electoral, lo cual es condenar al
ostracismo a las muchedumbres soberanas. Y con todos esos principios y
contraprincipios, se propone una sola cosa: alcanzar a fuerza de artificio y
de industria un equilibrio que nunca alcanza porque es contradictorio de la
naturaleza de la sociedad y de la naturaleza del hombre. Sólo para una
fuerza no ha buscado la escuela liberal su correspondiente equilibrio: la
fuerza corruptora.
Cortés, D. (1851). Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo.
Madrid: Imprenta de la Publicidad, 209-10.
ISSN 2605-3489