«Habría que pensar este asunto con mucho pormenor y mucho mimo porque la continuidad de nombres suele ser engañosa. Los españoles del siglo XIX no son en absoluto los del siglo XVII. El español del siglo XVII no habría buscado nunca un culpable para sus males que no fuese él mismo. Solemos considerar que España es un estado europeo que nació en la primera oleada de formaciones estatales, la del Renacimiento, pero, si bien se piensa, la España de hoy se forma en el siglo XIX, en la etapa postimperial y como parte desgajada de un organismo mayor. Con mucho tino dijo el historiador Juan Antonio Ortega que «España se independizó de sí misma». […] De vez en cuando estos españoles y los del otro lado del charco, a los que solemos llamar hispanos por costumbre, tienen como un ataquillo de orgullo [SIC], a veces ridículo, a veces nostálgico y siempre inútil. También los peninsulares deberíamos tener otro nombre que nos separara nítidamente a aquellos españoles [SIC]. Parece que los españoles siguen existiendo, cuando ni los hispanos ni los que llevan ahora este nombre son ya aquellos españoles. En verdad, también los españoles peninsulares deberían llamarse hispanos. Si trasladamos la situación a Roma se verá más claro. Ningún pueblo románico es romano. Los romanos ya no existen. En el siglo V ya no existían. Ni los portugueses, ni los italianos ni los franceses son romanos. Y los que así son llamados hoy día, los habitantes de la ciudad de Roma, no tienen nada que ver con aquellos romanos del imperio»
Roca Barea, María Elvira (2016), Imperiofobia y leyenda negra:
Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español. Madrid: Siruela, 473.
ISSN 2605-3489