
Entonces, ¿qué ocurre? Esta asimilación de la filosofía a las facultades de ciencias, con todo lo que implica, particularmente, con la organización burocrática de la filosofía en los planes de estudio, en ese estado donde son los Vectores, los Butanos, los Metanos y los Propanos los que empiezan a organizar absolutamente todo lo que es la filosofía… Entonces, ¿qué ocurre? Ocurre lo siguiente, verán, y voy ya directamente a lo que me concierne. Ocurre que cuando hay un sistema filosófico que es aceptado por un grupo cada vez más amplio, cuando hay un sistema que requiere una institucionalización, que es lo que pretendimos hacer cuando logramos que se crease aquí hace tan sólo 20 años la facultad de filosofía en Asturias, primero en Gijón y luego en Oviedo, cuando intentamos formar efectivamente esta facultad y funcionar durante algunos años como una academia donde había muchos profesores muy competentes y donde todos estábamos compenetrados, con una visión de conjunto donde tenía sentido que unos explicasen una cosa y otros otra —era necesario: había una visión de conjunto. Y lo hacíamos así no porque fuéramos dogmáticos, ni mucho menos. Habíamos tomado partido, y tomar partido no quiere decir ser dogmático, quiere decir tomar partido para poder considerar a los partidos opuestos dialécticamente. Así, tomar partido no quiere decir ser dogmático, sino más bien al revés; es imposible, en una visión dialéctica de la filosofía, ser dogmático, es imposible que uno diga nada dialécticamente de otro sin conocer al otro, al enemigo. «Conviene conocer al enemigo», decían los romanos en un famoso lema militar. Es imposible que los que son contrarios no tengan relación entre sí, tienen que conocer más y mejor al enemigo. Por eso nosotros intentamos utilizar la filosofía no dogmáticamente, sino para exponer un sistema global coherente. En ese momento, la burocracia comenzó enteramente a aguar el proyecto, a descomponerlo. ¿Cómo? Muy sencillo: enviando profesores especialistas. Excuso decir lo que ha pasado. Hoy lo tienen ustedes en clase. Sencillamente, los especialistas, poco a poco, van enrareciendo la atmósfera, se mezclan cuestiones burocráticas y entonces resulta que cuando hay alguien a quien los alumnos reclaman para que siga siendo su profesor emérito —éste no puede porque lo han hecho honorario—, los estudiantes ven completamente la situación burocrática en el que conviven. Porque, efectivamente, se aplica un reglamento, pero el reglamento esta hecho ad hoc para que se aplique así. Atención: hay un reglamento, sin duda, un reglamento que les manda el Vicerrector. ¿Por qué? Porque el reglamento se ha hecho de acuerdo con los especialistas. Esa es la madre del cordero. Se trata, entonces, de que esta situación, esta sumisión a terceras personas que demuestra sencillamente que no se quiere que de ninguna manera los especialistas queden en ridículo, de romperla. Se trata de romperla, romper lo nudos de la burocracia. Cuando hemos invitado a los especialistas a colaborar en nuestra revista han renunciado. Han utilizado el periódico para acusar de una cosa o de otra. Eso se demuestra en revistas de filosofía, no en un periódico en media columna, pues lo que se dice son puras infamias o acusaciones que no se pueden demostrar. Cuando sencillamente se invoca el reglamento que impide que les dé clase, es que ese reglamento, que es la burocracia, hace falta romperlo. Ustedes, en este momento, o al menos así lo veo yo, están representando el vigor de siempre, el vigor de la juventud de siempre que no se puede perder. El vigor de la juventud cada vez más vieja pero que conserva necesariamente, puesto que si no habría que practicar un suicidio cósmico, ¿verdad? Ese vigor que arremete contra la burocracia. Yo en ustedes estoy viendo el mismo espíritu de Mayo del 68 francés, o más bien el de las huelgas asturianas del 62. Es exactamente lo mismo: la rebelión contra la burocracia. Y ya saben, la burocracia tiene mil procedimientos para engañar, para dar largas, pero hay una resistencia total de quien no quiere estar encerrado de ninguna manera en las mallas. Hace falta, por lo tanto, que este vigor de esta facultad se canalice burocráticamente en la academia. No es suficiente el que, por ejemplo, yo diera clases aquí en la escalera o donde fuera. Entonces habríamos perdido la batalla.
Bueno, Gustavo (1998), Última lección en la Universidad, Limitaneus. La revista de Filosofía de los Alumnos de la Universidad de Oviedo. Nº 2, 11.
ISSN 2605-3489