El modelo morfológico de transformación de la sociedad preurbana en el núcleo de la ciudad, se basa en el desarrollo de una de las eventualidades contenidas en nuestro modelo, a saber: que la heterogeneidad de la distribución presupuesta arroje una mayor concentración de riqueza elaborada (lo que supone corrientes comerciales definidas) y, correspondientemente, una mayor población en lugares próximos y privilegiados, ocupados por fracciones de A, B, C, por ejemplo, a consecuencia del río que serpentea por dichos lugares. Esta hipótesis permitiría regresar hacia una previa diferenciación dada en el ámbito de cada tribu, y, con estas premisas, el simple aumento del volumen global hacia su límite crítico permitirá comprender la afluencia de relaciones «transversales» (que configuran el rectángulo interior) entre los fragmentos privilegiados de las diferentes tribus vecinas entre sí. La novedad consiste en que comenzarán a prevalecer los intereses derivados de la vecindad sobre los intereses familiares que, por supuesto, no quedan abolidos. Pero las «familias» que ocupan los terrenos privilegiados encuentran en la vecindad de las familias «privilegiadas» de las otras tribus no solamente mercados efectivos, sino también posibilidad de una asociación nueva frente a las otras fracciones menos privilegiadas (eventualmente más) de sus tribus respectivas, a efectos de la inserción de los terrenos vecinos en un único recinto común (lo que equivaldrá, en muchos puntos, a una apropiación). En cualquier caso, las normas nuevas prevalecerán sobre las tradicionales o entrarán en conflicto con ellas, y el hermano que se atreva a saltar los límites artificiales del nuevo recinto será, como Remo, merecedor de la muerte. El mito de Rómulo, como el mito de Caín, sugiere que el proceso de segregación de las tribus, que conduce a la formación de la ciudad, desgarra de algún modo el tejido familiar y comporta tanta violencia y sangre como diálogos y negociaciones pacíficas y armoniosas. Es interesante subrayar la posibilidad de considerar, como una consecuencia de la reorganización de estas fracciones en el nuevo recinto urbano, el desdibujamiento de las propias lindes territoriales que las tribus mantenían en sus zonas extremales, puesto que precisamente las fracciones congregadas en la nueva ciudad miran ya a otro lado. El proceso de «concentración» en la ciudad no equivale, ya desde el principio, a un repliegue defensivo a la fortaleza, porque precisamente está determinado a partir de las corrientes que proceden de fuera, no ya del recinto, sino incluso del área tribal (en términos, en principio, ilimitados). Queremos subrayar que la idea del núcleo de la ciudad, en el sentido teórico en el que estamos hablando, no solamente ha de tener aplicación en las situaciones originarias, en el proceso de formación de las ciudades primigenias, sino también en el curso avanzado de su proceso de desarrollo. Por decirlo así, la teoría del núcleo-vórtice se aplica no solamente a la ciudad neolítica, sino también a una ciudad moderna, aunque a otra escala: Madrid, cuyo emplazamiento fue escogido por su posición como centro peninsular (equidistante de las corrientes comerciales que pasaban por Santander y Sevilla) es un ejemplo de gran ciudad moderna, que sólo se explica a partir de los flujos mundiales de hombres y mercancías que confluían y difluían en España tras el descubrimiento de América.
Bueno, Gustavo (1989). Teoría general de la ciudad, Ábaco, N º 6, 42.
ISSN 2605-3489