
Y fue precisamente la empresa farmacéutica estadounidense Pfizer la protagonista de una de las más estupefacientes historias de serendipias de los últimos tiempos; la famosa pastilla azul compuesta por sildenafilo que acabó con la paz de muchas parejas maduras al reactivar, digamos, la capacidad de oferta amatoria del macho humano implicado.
En el Hospital de Morrison, en Gales, el Dr. Ian Osterloh estaba realizando ensayos clínicos sobre una droga con supuestos beneficios para combatir la angina de pecho y la hipertensión arterial, cuando observó una extraña reacción en los voluntarios varones del experimento: no devolvían las dosis sobrantes. Pronto quedó claro el motivo, el sildenafilo era bastante inútil contra esas patologías, pero tenía un potente efecto adverso secundario al producir extraordinarias erecciones en los penes de los voluntarios, quienes estaban encantados con el experimento viendo sus candores renacer.
Entonces Pfizer se marcó una serendipia de libro y la patentó en 1996, no para la angina y la hipertensión, sino como la panacea contra la disfunción eréctil, y la llamó viagra. […] Lo cierto es que nunca un efecto secundario fue tan rentable para una empresa, excepto tal vez a partir de 2020.
(López Mirones, F., 2022. Yo, negacionista. Córdoba: Editorial Almuzara, 17).
ISSN 2605-3489